«En la madrileña calle de Arturo Soria hay una Estafeta de Correos sombría y mal pertrechada. Alrededor de las 10 de la mañana de un lunes muy caluroso, unos y otros ya estábamos empapados de sudor. El director, solo en su despacho, no había ordenado aún poner en marcha el aire acondicionado. Algunos decimos esperar turno fuera de ese cuchitril. Junto a mí estaba Luis Ángel D. que dijo ser abogado. Cambiaba de página constantemente sin dejar meter baza: de Grecia al puzzle político en España (apuntó que vota al PP) pasando por las corruptelas milmillonarias en el fútbol para atracar en la Bolsa. Ahí quise soltar algún pensamiento, pero apenas me dejó disertar con fluidez. Le conté alguna historia embrollada, incomprensible y sin sentido. Pero dio igual, porque el mencionado abogado se lo cocinaba todo. Antes de que le llegara el turno, antes de ir ¡por fin! a su ventanilla tuvo tiempo para lanzarme toda una clase de especulación en Bolsa…»
«Me paso horas y horas en el ordenador de mi casa. Los ojos se me ponen rojos y mi mujer me llama la atención. Me gustan los futuribles (seguro que quiso decir los futuros, opciones, warrants y otras drogas duras), pero no tengo un euro. Sólo hago simulaciones. Y llegó su turno y a acto seguido el mío…»
Ya les he contado en una ocasión que a mi hijo mayor comenzaron a gustarle las cosas de la Bolsa hace años, con sus primeros beneficios. Pasó página y cambio de discurso cuando le zurraron la primera tanda. Con el tiempo, ha normalizado sus criterios y sentimientos acerca de este mercado, al que mira con entusiasmo, pero más alejado, con más recelo. Hace unos días me acompañó al traumatólogo. En uno de los muchos atascos, que comienzan a proliferar por Madrid (¿Es esto de los atascos un indicativo de mejora de la actividad, del pulso económico en la región, a buen seguro que sí) comenzó a bombardearme con preguntas, muchas de ellas sin respuesta, sobre el presente, pasado y futuro de la Bolsa. La Bolsa ha estado en los telediarios y en los periódicos, con su frenética locura, que muy pocos han sabido explicar «¿Si intuyes que la Bolsa va a bajar, por qué no vendes futuros?», me pregunta. «Porque me dan miedo las máquinas, nadie puede competir con las máquinas. Sólo las máquinas compiten una con otras, a ver cuál de ellas es más rápidas a la hora de ejecutar una orden?»…
-.»¿Máquinas? ¿Qué máquinas?»
-.»Potentes ordenadores, de ultimísima generación, que fundamentan sus estrategias y actuaciones con logaritmos hechos a su medida, al antojo de sus ingenieros. Cada máquina es un logaritmo»
Mi hijo es Ingeniero y sabe, trabaja y diseña con logaritmos. Lo entiende rápido. En una parada obligada, en una retención, mira el gráfico de su pequeña cartera en su ordenador personal
-.¡»Buen porrazo, pero conservo las ganancias desde el año pasado ¿Y si vendo, cuánto tengo que pagar a Hacienda?»
-.Yo no vendería. No creo en un crash del mercado y le explico:
Hace tiempo que la Bolsa actual es un tejemaneje de unos cuantos y de otras tantas máquinas enchufadas al Sistema, porque el inversor final no ha existido (ahora asoma) atrapado por las garras de la Crisis. El inversor final, que dispone de liquidez, aún tiene miedo. Otros inversores finales están atrapados a precios sensiblemente más elevados que los actuales y no tienen capacidad de reacción: sólo le queda rezar o dejar las acciones de herencia a sus nietos. Por último, el inversor final metódico y riguroso, el inversor final de siempre, no entiende la forma de actuar de los mercados en la actualidad y como no entiende ni sabe, prefiere permanecer al margen.
Una Bolsa, en manos de unas cuantas máquinas manejadas por licenciados, que no han cumplido aún los 30 años. Máquinas que hacen trading minuto a minuto, segundo a segundo. Lo vimos ayer de nuevo cuando los índices pasaron del infierno al cielo y del cielo al infierno en un par de horas. Y todo según interpretaban las máquinas los nuevos logaritmos emanados del discurso del Banco Central Europeo y de un crecimiento mayor de lo esperado de la economía USA
Escucha esta cita de Bloomberg: Los mercados financieros han llegado a depender demasiado de matemáticos que usan modelos para prever los cambios de precios y deberían insertar el “sentido común” en la ecuación, dijo Paul Wilmott, autor británico e instructor en materia de financias cuantitativas.
Wilmott ha advertido que los llamados “quants” que usan las matemáticas para pronosticar cómo los mercados se comportarán pueden pasar por alto errores en los modelos, lo que conduce a hacer predicciones equivocadas. En una columna en el New York Times el 28 de julio, Wilmott también dijo que la llamada contratación de alta frecuencia, en que los fondos de cobertura de riesgo y otras firmas usan computadoras avanzadas para comprar y vender miles de acciones por segundo, amenaza desestabilizar el mercado.
“Hay demasiada matemática en este negocio”, dijo Wilmott.
Moisés Romero
Fuente: La Carta de la Bolsa