Uno de los dos eventos principales de la semana ha pasado, y no decepcionó a los mercados. Tal como estaba previsto, la Reserva Federal aumentó la tasa de interés en un 0.75%, quedando ahora en el 2.5%, el mismo nivel que tenía en junio de 2019, y que a su vez fuera la tasa más alta desde 2008. En aquel momento, el presidente Powell, nominado por el entonces presidente Trump, se ganaba la antipatía del mandatario por los continuos aumentos de tasa, que respondían a una economía que crecía con fuerza.
Pero los tiempos cambiaron. Después de ese florecimiento, llegó la pandemia, y cualquier intento de mantener una tasa por encima de cero quedó trunco, en todo el mundo, y no solo en Estados Unidos. Las inyecciones de dinero, el consumo exacerbado posterior a la pandemia, y la guerra en Ucrania, que elevó a máximos de más de 15 años el costo de las materias primas, obligó al banco central a intervenir, aún cuando las variables económicas ya no son las de antes.
El presidente Powell justificó el aumento de la víspera en el marco del combate contra la inflación, que supera el 9% interanual. Mencionó la fortaleza del mercado laboral, e hizo hincapié en que tratará de reducir la demanda a niveles inferiores a los actuales durante un largo tiempo. También habló de la reducción del gigantesco balance, de unos 10 billones de dólares, que se acumularon desde la crisis de 2008, y que fueron retirados muy parcialmente y a cuentagotas desde 2015.
Además, el presidente dejó en claro que probablemente sea necesario aumentar la tasa en forma agresiva en septiembre, en oportunidad de la próxima reunión de la Fed. Sin embargo, los mercados tomaron esta última afirmación como una duda de que es lo que pueda suceder en el futuro. Powell habló de ir “reunión por reunión”, sin asegurar otro aumento de tasa, y sin mencionar lo que pueda suceder en los últimos dos encuentros del año.
Las declaraciones de Powell resultaron sumamente atinadas. Es claro que la Fed debe seguir ajustando su tasa para combatir la inflación, pero también debe cuidar que la economía no caiga en recesión, o al menos que lo haga por un largo período. Y teniendo en cuenta que la guerra en Ucrania no da muestras de finalizar, la variable de la energía está lejos de su alcance.
Es verdad que Ucrania y Rusia firmaron un acuerdo para la exportación de granos, parcialmente arruinado por el país invasor, que bombardeó los puertos ucranianos apenas promulgado el acuerdo. En principio, si el acuerdo sale a flote, el costo de los alimentos podría ceder, aunque lejos esta la posibilidad que algo semejante ocurra con el petróleo o el gas natural. De hecho, Rusia coquetea con la posibilidad de dejar sin gas a toda Europa para el próximo invierno boreal.
La Fed no puede anticipar estos hechos, y ello explica los pasos con pie de plomo que ha elegido el Comité (FOMC) para esta oportunidad. El dólar parece estar comenzando a encontrar un techo. Claro que puede acelerar violentamente y dejar sin chances al euro, la libra esterlina y el yen. Pero la impresión es que el billete creció mucho de golpe y fuera de tiempo, más con expectativas que con realidades, que recién ahora están llegando.
El calendario no se detiene, y este jueves se conocerá el PBI avanzado (primera medición de tres) del segundo trimestre. Los pronósticos alejan al país de la recesión (0.4% positivo), aunque ello no será obstáculo para que el dólar comience un declive de varios días.
Amigos, tengan todos una excelente jornada de operaciones, nos vemos el viernes.
Adrián Aquaro
Trader College