En la última semana hemos asistido a una destrucción masiva de valor en las bolsas occidentales, destrucción que ayer alcanzó cotas nunca antes vistas como en el caso de la bolsa española, en la que el Ibex-35 bajó más del 14% durante la sesión. Los principales índices estadounidenses cerraron con los mayores descensos desde el famoso “lunes negro” del crash del 1987. Por su parte, los principales índices europeos han perdido en pocos días lo ganado en casi cinco años. Detrás de esta fuerte destrucción de valor hay factores de tipo fundamental, algunos, de tipo técnico, bastantes, y de tipo operativo, muchos. Llama la atención, no obstante, la falta de reacción por parte de los reguladores, así como la aparente indiferencia con la que los gobernantes y políticos, especialmente europeos, han asistido al desplome bursátil, algo que contrasta con lo acontecido en otros países, algunos como China, que se rige por, como poco, un sistema autoritario -también Corea del Sur y Japón han tomado medidas de apoyo-. Entendemos que detrás de esta indiferencia política hay un aparente desconocimiento del importante papel que juegan los mercados de valores en las economías basadas en el libre mercado o, directamente, ignorancia o condicionantes ideológicos que les hacen ver los mercados como el “enemigo a batir”. También debemos destacar el papel jugado por algunos analistas, algunos gestores, algunos supuestos gurús o super gurús y algunos medios de comunicación que, en muchos casos, con objeto de conseguir sus “15 minutos de fama” o aumentar los clics, han tratado toda esta crisis con bastante frivolidad, por ser bondadosos.
Pero esta destrucción de valor, de no corregirse en el corto plazo, algo que vemos poco probable, tendrá un importante impacto económico, financiero y, también, social; pasará una factura dolorosa a corto/medio plazo. El conocido como “factor riqueza” entrará en juego, pero esta vez en sentido negativo, ya que muchos ahorradores, de “todos lo tamaños”, “ricos y menos ricos”, han perdido en pocos días cerca o más del 30% de sus ahorros invertidos en renta variable, lo que condicionará a corto/medio plazo, más en EEUU donde los ciudadanos suelen ser muy activos en los mercados de valores, sus decisiones de compra. También las empresas, cuyas capitalizaciones se han reducido en algunos casos a la mitad en pocas sesiones, tendrán más complicado acceder a nueva financiación lo que condicionará sus planes de inversión. En ambos casos el impacto en el crecimiento económico será relevante.
Que el detonante de una de las mayores crisis bursátiles de la historia haya sido la irrupción del Covid-19 es algo verdaderamente llamativo y que no deja en buen lugar a las clases dirigentes. En lo que va de siglo ha habido epidemias similares: el SARS, la gripe aviar, el MERS, el ébola, la gripe “A”, suficientes para que se tuvieran preparados protocolos de actuación para atajar una nueva epidemia, sobre todo teniendo en cuenta el intenso proceso de globalización por el que ha atravesado el mundo en las últimas décadas. Sin embargo, como se está demostrado por la continua implementación de medidas producto de la más absoluta improvisación, esos protocolos no existen, lo que está propiciando que la población, casi siempre mal informada y/o desinformada, haya entrado en pánico, como estamos viendo.
En este escenario el papel de los bancos centrales, siempre denostado, es muy limitado, si se atienen a los reglamentos que rigen sus actuaciones. Pueden limitarse, y ya es mucho, a ofrecer liquidez sin límites para impedir que el sistema deje de funcionar, así como a mantener unas condiciones favorables para que, cuando pase o se controle la epidemia, el acceso al crédito por parte de particulares y empresas esté garantizado. La política fiscal de los distintos gobiernos también tiene limitaciones al haber derivado la crisis a una de demanda, donde los compradores están recluidos voluntariamente o a la fuerza en su s casas. No obstante, puede servir para impedir que, mientras dure la epidemia y las medidas para luchar contra su propagación, medidas en muchos casos draconianas, las personas y las empresas afectadas por la pérdida de sus trabajos y de sus ingresos “no se queden por el camino”.
Como señalamos ayer, la mayor dificultad a la que se enfrentan actualmente los inversores es la falta de visibilidad. Nadie sabe, ni las propias cotizadas, el impacto que esta crisis sanitaria va a tener en sus cuentas, ya que lo primero que se desconoce es la duración de la misma y en ello, los gobernantes no están aportando demasiada información ni confianza en su capacidad para superarla. Por tanto, y mientras no remita la epidemia, se consiga un tratamiento y, en el mejor de los escenarios, una vacuna, la tensión en las bolsas va a continuar. Que sigan bajando es una posibilidad, aunque esperamos actuaciones por parte de los reguladores, al menos para que los inversores más especulativos, aquellos que no crean ningún valor, sino que se aprovechan de su destrucción, no sigan campando a sus anchas.
Hoy, y, para empezar, esperamos que las bolsas europeas abran intentando rebotar tímidamente, tras la debacle de AYER. Es complicado que este rebote vaya a más o termine consolidándose, aunque tampoco lo descartamos ya que, en principio, y con la información disponible, las valoraciones de muchas compañías son, como poco, atractivas, y todos los valores presentan a estas alturas elevados niveles de sobreventa. Ademá s, y como en el cuento “El anillo del Rey”, “esto también pasará”, o eso esperamos.
Analista: Juan J. Fdez-Figares
Departamento de Análisis de Link Securities