Cuando el ex presidente del Banco Central Europeo (BCE), Mario Draghi, pronunció su famoso discurso de «lo que sea necesario» para defender el euro, lo importante no fueron sólo las palabras que escogió, o dónde las pronunció, en Londres, sino que fue Draghi quien lo hizo. Tenía toda la credibilidad y autoridad que le daba una carrera en política monetaria. Así que cuando añadió: «Y créanme, será suficiente», la gente le tomó la palabra.
Desafortunadamente, en este momento, ése no es el caso de Christine Lagarde, la sucesora de Mario Draghi. En su debut del pasado jueves para explicar la política monetaria del Consejo de Gobierno del BCE, Lagarde siguió el guion bastante bien. Sin embargo, durante la ronda de preguntas y respuestas, se mostró más insegura, cambiando de tema siempre que le fue posible hacia la política y la economía, su zona de confort, y evitando la política monetaria.
Draghi ya había establecido los controles de la política monetaria de la Eurozona para los próximos 6-18 meses. Eso deja pista libre a Lagarde para organizar cenas en hoteles de lujo para hacer que los miembros del Consejo de Gobierno se sientan mejor y para hablar de llevar a cabo una revisión exhaustiva de la estrategia del BCE que llevará al menos un año (sin más detalles al respecto, por favor, hasta nueva consulta con los miembros del consejo).
Sin embargo, no ha habido nada en las primeras apariciones de Lagarde que disipe las dudas en que se viera envuelto su nombramiento en julio sobre que, tras su pulida puesta en escena internacional, la experimentada abogada y ex ministra de finanzas francesa sólo tiene un conocimiento básico de la política monetaria.
No es probable que recurra en los próximos meses a decir algo tipo «lo que sea necesario», pero si lo hiciera, ¿por qué iba a creerla nadie? ¿Por qué iba a pensar nadie que sabría siquiera lo que sería necesario?
Aquéllos que quieren atar en corto a la ex directora del Fondo Monetario Internacional dicen que Philip Lane, el ex gobernador del Banco Central de Irlanda, recientemente nombrado economista jefe del BCE, puede hacer el grueso del trabajo relacionado con la política monetaria. Eso es como decir que el presidente de la Reserva Federal, Jerome Powell, tiene al lado al vicepresidente de la Fed, Richard Clarida, un economista de la Universidad de Columbia, y el vicepresidente del Comité Federal de Mercado Abierto, John Williams, presidente de la Fed de Nueva York, que es un salvavidas de la Fed, para compensar su falta de experiencia en política económica y monetaria.
Eso no le está funcionando particularmente bien al banco central de Estados Unidos dados los inicios y paradas y las reversiones de la política monetaria de la Fed que han lastrado los mercados de valores y resucitado los mercados monetarios. Al menos Powell tiene en su haber unos años como miembro del consejo aprendiendo algunas cosas sobre las complejidades de la política monetaria. Pero todavía no tiene la cómoda familiaridad con el tema que tenía Draghi o Janet Yellen, o Ben Bernanke, por ejemplo.
O Paul Volcker, sin ir más lejos. El legendario presidente de la Fed, que murió a principios de este mes a los 92 años, fue un brillante economista que se labró una gran reputación como presidente de la Fed de Nueva York antes de asumir el cargo superior en un momento de crisis aún peor que la que se encontró Draghi.
Si los líderes de la Eurozona creyeran que Philip Lane tiene la autoridad y la credibilidad para actuar como un baluarte de la política monetaria para el euro, podrían haberlo nombrado para el puesto más alto. En cambio, fueron a por el gran nombre, sin duda en parte porque Francia demandaba un ciudadano francés en el máximo cargo. Sin embargo es discutible que, independientemente de lo distinguida que haya sido la carrera internacional de Lagarde, la cima no es lugar para aprender a hacer que funcione la política monetaria.
En cualquier caso, Lane no estuvo presente en la rueda de prensa y el vicepresidente del BCE, Luis de Guindos, siguió desempeñando su papel de apoyo silencioso. Se ha especulado que Lagarde podría haberse abierto a los participantes de la rueda de prensa y señalado que el BCE ya no era un espectáculo de una sola persona.
Gran parte de los informes de los medios de comunicación y la reacción levemente positiva del mercado se atribuyeron al tono optimista de Lagarde, ya que se unió a otros banqueros centrales en su inclinación hacia una reducción de los riesgos a la baja de la economía mundial. Los bancos centrales de Australia y Canadá decidieron mantener inalterados los tipos de interés en sus últimas reuniones, y el banco central de Suecia incluso sugirió que podría comenzar a subir los tipos cuando se reúna esta misma semana.
Pero puede que los banqueros centrales sean optimistas debido a los actores que hacen descender esos riesgos a la baja: los votantes estadounidenses, chinos y británicos, entre otros. El panorama económico y financiero se ve más halagüeño ahora y los banqueros centrales podrían apartarse del punto de mira por el momento.
Al igual que el Consejo de Gobierno del BCE, los mercados parecen dispuestos a conceder a Lagarde un período de luna de miel… o tal vez sea un período de prueba. La auténtica prueba llegará cuando el euro necesite un defensor fuerte.
Puede que Lagarde sepa leer el guion, pero persisten los interrogantes sobre la capacidad de la nueva dirigente del BCE.
Darrell Delamaide/Investing.com
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