Trump, en un tweet el lunes (su medio favorito para expresar, sin vacilación alguna, sus pensamientos), aprovechó la desaceleración del crecimiento económico de China como evidencia de que los aranceles estadounidenses estaban teniendo un efecto importante y estaban haciendo su trabajo, sin descartar que si no hay un acuerdo comercial podrán incluso ejercer más presión si cabe. Y es que los datos oficiales del lunes mostraron que el crecimiento económico de China se enfrió (6.2%) en el segundo trimestre, el ritmo anual más débil en al menos 27 años, ante la presión comercial de Estados Unidos. En el primer semestre, la economía creció un 6,3 por ciento en comparación con el año anterior. De todas maneras, el año pasado el crecimiento económico ya registró una fuerte desaceleración en todos los trimestres (6,8%, 6,7%, 6,5%, 6,4%). Y veamos también vaso medio lleno: la producción industrial aumentó en junio (del 5% de mayo al 6,3%) y las ventas minoristas (del 8,6% de mayo al 9,8%).
Desde el gigante asiático no han sentado muy bien estas palabras, intentan argumentar que pese a todo el crecimiento es robusto y que el descenso se ha debido a otras cuestiones domésticas. Pero la realidad no es así, los aranceles han influido. Las empresas están escépticas respecto a que los dos países alcancen un acuerdo comercial más amplio y reconocen que las tensiones comerciales podrían aumentar de nuevo.
El mercado espera que China presente más medidas de estímulo para impulsar la economía, incluidos posibles recortes de tasas de interés por parte del Banco Popular de China, aunque es cierto que la entidad ya ha brindado estímulos este año (se comprometió en marzo a rebajar en casi 2 billones de yuanes la presión fiscal de las empresas y también animó a los bancos a aumentar sus préstamos a las pequeñas compañías), pero los mercados están a la espera de medidas adicionales que probablemente se producirán si colapsan las negociaciones comerciales.
Pero ojito que no todo se cuenta ni Estados Unidos tampoco puede reconocer. La guerra comercial le perjudica también aunque quieran vender la imagen de que sólo China pierde. La cuestión es que al aplicar aranceles a los productos chinos se obliga a las empresas americanas a repercutir el incremento del coste en el precio, de manera que el consumidor ha de pagar más por lo mismo. Pero aun peor, el impacto de los aranceles afecta a todos los productos de los sectores energéticos, electrónicos, automóvil, aeroespacial, etc, sectores que son muy importantes en Estados Unidos. Fíjense que Trump tuvo que dar marcha atrás en su veto a Huawei al comprobar que empresas clave del país como Google, QualComm, Intel y Micron perderían un cliente muy importante y que la compañía china busca otros socios en Europa, Japón y Corea del Sur.
Y esperen, porque aunque no se comenta apenas, hay otro escollo que empieza a preocupar. Tokio y Seúl han tenido durante mucho tiempo desacuerdos políticos derivados de la conducta de Japón durante la Segunda Guerra Mundial. La disputa entre los vecinos se extendió a la arena económica cuando Japón a principios de este mes restringió las exportaciones de materiales críticos para la industria de alta tecnología de Corea del Sur, alegando preocupaciones de seguridad nacional. Japón y Corea del Sur son grandes exportadores de productos como chips y pantallas de teléfonos inteligentes. Una lucha comercial entre los dos podría ser una mala noticia para la industria tecnológica global y los consumidores pueden terminar teniendo que pagar más por los productos y los precios de los semiconductores podrían aumentar si los fabricantes surcoreanos redujeran la producción como resultado de las restricciones comerciales de Japón.
Ismael de la Cruz
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