La rebelión institucional en Cataluña es sin duda un hecho de extraordinaria gravedad que pone en riesgo el modelo democrático de convivencia que decidimos la inmensa mayoría de los españoles, catalanes incluidos, en 1978. El impacto en los mercados ha sido hasta ahora escaso pero, evidentemente, en función de cómo evolucionen los acontecimientos la situación podría cambiar. En el muy improbable caso de una ruptura total entre Cataluña y el resto de España, las consecuencias para la economía serían sin duda catastróficas en todo el país. Los nacionalistas catalanes parecen pensar que el único efecto de la secesión sería que los flujos fiscales que ahora van de Cataluña (como de otras regiones de renta superior a la media) hacia el resto de España se interrumpirían, con lo cual tendrían una ganancia neta de unos 8.000 millones de euros anuales. Evidentemente esto es una visión totalmente irreal de lo que suponen los flujos complejos en un área económica plenamente integrada como es España, donde existe un complejo equilibrio de flujos fiscales, comerciales, financieros y migratorios, además de familiares, personales, políticos, sociales y un largo etcétera. Pues si hay algo incuestionable es que existe una “economía española” reflejo de la existencia de España como país unificado desde hace algunos siglos. El propio modelo económico de Cataluña se explica desde su plena integración en España.
Cataluña ha crecido económicamente dentro de una estructura económica de dimensión española. Su despegue económico se produce precisamente a partir de 1.714 cuando puede decirse que se crea el “mercado único español”, que permite a los emprendedores catalanes expandir su mercado a toda España así como a las colonias americanas. En todos los países surgen zonas en las que se concentra una parte importante de la actividad industrial, allí donde por diversas causas se dan mejores condiciones para ello.
En Francia, por ejemplo, la región de París (L’île de France) concentra casi la tercera parte del PIB del país cuando su territorio es apenas el 2% de Francia, y su PIB per cápita casi dobla a la siguiente región más rica. Pero toda esa actividad económica ahí concentrada no se entiende sin el resto de Francia. ¿Tendría algún sentido económico que la región de París quisiera independizarse del resto de Francia de la que depende su actividad económica? Cataluña exporta bienes al resto de España por valor de 40.000 millones anuales, el 20% de su PIB, con un superávit comercial de casi 20.000 millones o cerca del 10% de su PIB.
Este enorme déficit comercial del resto de España con Cataluña no sería sostenible entre dos países independientes. Si se ha mantenido así a lo largo de la historia es porque España es un país (una unión económica, política y fiscal) y existen otros flujos que compensan este desequilibrio, entre ellos los fiscales y la emigración.
El superávit comercial de Cataluña frente al resto de España es estructural y supone cerca del 0% del PIB de Cataluña. El del País Vasco muestra un comportamiento más cíclico y se ha cerrado desde la crisis.
La integración de Cataluña en España es desde el punto de vista de su economía mayor que la de cualquier otra región Española. Pretender que se puede romper eso sin provocar un destrozo de consecuencias catastróficas para el bienestar de todos los españoles solo es posible desde el fanatismo que muestran estos días los políticos independentistas catalanes.
El escenario más probable. En cierto modo el dramatismo de los acontecimientos de estos días en Cataluña recuerdo a lo vivido en Grecia en la negociación de su último rescate cuando hasta el último momento amenazó con apretar el botón rojo de su salida de la Unión Europea. Europa se mantuvo firme y en el momento de la verdad Alexis Tsipras no se atrevió a hacerlo porque sabía que eso implicaba la quiebra instantánea del país. También ahora resulta de todo punto imposible que los gobernantes de Cataluña vayan a apretar el botón rojo de la independencia, que implicaría su salida del euro y su quiebra inmediata.
La diferencia es que la quiebra de Grecia suponía para Europa algo asumible política y financieramente, mientras que la quiebra de Cataluña se llevaría al resto de España por delante con el único consuelo de que seríamos rescatados por Europa. Es decir, la interpretación menos negativa de lo que está sucediendo es que el Gobierno catalán busca llegar a una nueva negociación sobre los temas fiscales y de autogobierno desde una posición de fuerza. Si fuera así, lo normal es que una vez pasado el 1-O se pueda abrir un proceso de negociación que lleve a una reforma constitucional que cierre el conflicto al menos por unos años.
Personalmente creo que el tema de la financiación territorial en España es muy mejorable y existe margen para llegar a acuerdos. En un sentido puede entenderse que hay algo de justo en las reclamaciones de Cataluña y es que las regiones que reciben fondos tienen que asumir un grado de responsabilidad mayor. Si quieren gestionar su propia sanidad y educación no pueden contar sin más con que van a recibir el dinero de los demás. Es decir, España tiene un problema con las Autonomías que va más allá de Cataluña y que hay que abordar de una vez de forma realista. Las CCAA tienen que entender que Autonomía=Responsabilidad y que la solidaridad fiscal es necesaria pero tiene que llevar aparejada unos compromisos.
Sucede que no está claro que los nacionalistas se vayan a conformar con eso y no busquen un cambio mayor que implique una especie de co-soberanía que creo que un Gobierno español no podría aceptar porque implicaría que Cataluña tendría lo bueno de ser soberana y además lo bueno de seguir en España. O sea, soy independiente para lo que me conviene pero con las ventajas de seguir en España. Políticamente el soberanismo es una amenaza no sólo para España sino para el propio proyecto Europeo. Resultaría difícil de explicar que los catalanes no quieran compartir su soberanía con el resto de los españoles y sí con el resto de europeos. El identitarismo puro y duro que subyace en el núcleo duro del independentismo se parece mucho a la xenofobia y al supremacismo.
Nicolás López/M&G Valores
La Carta de la Bolsa