Italia no es sólo la tercera economía de la Eurozona en términos de Producto Interior Bruto, sino que es la primera en términos de deuda pública emitida: el Estado italiano adeuda 2,2 billones de euros, por encima de los 2,1 billones de euros en pasivos pendientes de pago de Alemania y Francia. Lo estrambótico del asunto, claro, es que, pese a que los tres Estados exhiben prácticamente el mismo importe de deuda pública total, el PIB italiano es un 25% inferior al francés y un 50% inferior al alemán. De ahí, pues, que ese Himalaya de deuda pública equivalga al 133% del PIB italiano: el mayor porcentaje de la Eurozona solo superado por la calamidad griega.
Acaso muchos atribuyan semejante fiasco a los devastadores efectos de la crisis económica, pero lo cierto es que, ya antes de 2009, el país transalpino cargaba con una deuda superior al 100% de su PIB. La razón de semejante sobreendeudamiento, por tanto, va más allá que la propia crisis e ilustra dos de las debilidades básicas de la economía italiana. La primera, una actividad absolutamente esclerotizada: la renta per cápita de los italianos apenas ha crecido a una media anual del 0,07% durante las últimas dos décadas (frente al 1% de Francia o 1,3% de España y de Alemania). La segunda, un Estado sobredimensionado que termina de aplastar fiscal y regulatoriamente esa economía tan debilitada: el sector público italiano copa más del 50% del PIB (por encima del 43% de España o Alemania, aunque por debajo del 56% de Francia).
El estancamiento de Italia se ha correlacionado, además, con su entrada en el euro. Desde 2001, la renta per cápita de sus ciudadanos no sólo no ha aumentado, sino que se ha reducido en casi un 10%. En parte, es lógico que así sea: la moneda única necesita de un cierto proceso reformista para lograr que aquellos países habituados a competir en la esfera global devaluando sus divisas puedan empezar a hacerlo incorporando valor a sus productos. Italia no ha aprobado ninguna reforma económica seria durante las últimas décadas, por lo que al verse privada del botón de la devaluación durante la crisis ha sucumbido a una parálisis integral.
Por desgracia, parece que la mayoría de italianos no vinculan su estancamiento con la ausencia de reformas liberalizadoras, sino con la moneda única. Algo parecido al estudiante que se queja de haber suspendido no por el hecho de no haber estudiado, sino porque el profesor le ha impedido copiar. Por eso, Italia es el país europeo donde la población siente un mayor rechazo hacia el euro: porque lo asocian con su decadencia económica en lugar de con la alarma que ha puesto de relieve esa decadencia previa. Uno de los puntos más débiles por los que podría romperse la Eurozona en caso de que los populistas de Beppe Grillo llegaran al poder es justamente el país transalpino.
Pero, ¿por qué Italia no ha sido capaz de promover ninguna reforma de calado en varias décadas? A este respecto caben dos posibles explicaciones: la primera es que la fragmentación política dentro de las instituciones italianas ha impedido aprobar esas reformas. Quienes se adscriben a esta interpretación son aquellos que apoyaron al primer ministro italiano, Matteo Renzi, en su propuesta de cambio constitucional: el referéndum de este domingo busca avalar una centralización del poder político en manos del Congreso —frente al Senado y las autonomías— para agilizar la tramitación de nuevas leyes reformistas.
Sin embargo, cabe una segunda interpretación: Italia no ha conseguido sacar adelante reformas porque el grueso de su población, infantilizada por el paternalismo estatal, no las quiere. En este sentido, la fragmentación política no sería el auténtico obstáculo a las reformas, sino sólo la forma en la que ese obstáculo se ha materializado hasta la fecha. Por ello, concentrar el poder político en manos del Congreso, y en ausencia de una eficaz pedagogía política que explique a los votantes italianos la necesidad de esas reformas sociales y económicas, no servirá de nada.
Al contrario, para lo que sí podría haber servido la reforma constitucional de Renzi —en caso de salir exitosa del referéndum de este domingo— es para otorgarle más poder en el futuro a Beppe Grillo. Desde esta óptica, la derrota del primer ministro no es necesariamente negativa. Pero, por desgracia, esta acaso positiva derrota ha ido aparejada de la dimisión de Renzi y, por tanto, de la apertura de un período de profunda incertidumbre en la Eurozona. La Italia post-Renzi puede que sea una Italia fuera del euro y eso, en el país más endeudado de Europa, constituye un riesgo de primera magnitud que debería asustarnos a todos.