La popular economista italiana Mariana Mazzucato publicó en 2013 su conocidísimo libro “El Estado emprendedor”, donde argumenta que el notable progreso técnico que ha experimentado Occidente a lo largo de las últimas décadas es esencialmente un subproducto de la gerencia estatal de la innovación. Por ello, Mazzucato apuesta por un papel directo y activista del Estado a la hora de dirigir, como si de un empresario cuasi-monopolista se tratara, el progreso científico dentro de nuestras sociedades: la historia nos demuestra que sólo en aquellos países donde el Estado se encarga de capitanear la investigación se producen avances tecnológicos verdaderamente disruptivos y notables.
Probablemente, uno de los ejemplos de innovación estatal que más llaman la atención dentro de su polémico libro sea el de Google. De acuerdo con Mazzucato, sin la política industrial de EEUU, Google jamás habría llegado a nacer. Según expresa en su obrra: “El propio algoritmo que está en la base del motor de búsqueda de Google fue descubierto a través de un proyecto financiado por un organismo estatal como la US National Science Foundation”. Dicho de otra forma, para Mazzucato, Google no es un producto del capitalismo, sino del intervencionismo estatal.
Tales conclusiones no pasan, sin embargo, de la categoría de tergiversación estatólatra. Por fortuna, el Instituto Juan de Mariana dedica su último y pormenorizado informe a refutar, desde todas las perspectivas posibles, el muy extendido argumentario de Mazzucato. Y, evidentemente, también procede a tumbar la falacia de que Google fue engendrado gracias a la política industrial del Estado.
Así, en el informe “Mitos y Realidades del Estado emprendedor: ¿realmente es el Estado el impulsor de la investigación básica y la innovación?” (disponible gratuitamente en internet), el Instituto Juan de Mariana explica que, en realidad, la financiación estatal que recibieron Larry Page y Sergey Brin durante su etapa como doctorandos no jugó ningún papel relevante a la hora de contribuir a crear Google. Primero porque durante los 90 se desarrollaron, sin ningún tipo de financiación estatal, multitud de motores de búsqueda alternativos para internet, algunos con algoritmos muy similares al PageRank de Google (por ejemplo, el Rankdex): por tanto, si Google no hubiera triunfado, es obvio que alguno de sus muchos otros competidores lo habría terminado logrando. En suma: aun cuando el Estado hubiese dado un impulso decisivo a la compañía de Mountain View, lo único que habría logrado es privilegiarla injusta e innecesariamente a costa de sus rivales.
Pero es que, en segundo lugar, ni siquiera cabe pensar en que tales ayudas desempeñaran un rol mínimamente determinante. A la postre, el programa estatal mediante el cual se canalizó la financiación pública en 1994 a los creadores de Google —la Digital Libraries Initiative—no tenía como propósito desarrollar motores de búsqueda para internet, sino explorar la creación de catálogos virtuales de bibliotecas: y ni siquiera cabe pensar que, al menos, esa idea estimulara a Brin y Page a explorar métodos de clasificación de contenidos que acabaran cristalizando en el PageRank, pues el propio Page ya había orientado previamente sus tesis doctoral al estudio de las propiedades matemáticas de la web, lo que sí terminaría desembocando en el algoritmo de Google.
En otras palabras, la ayuda que ambos emprendedores recibieron del Estado fue completamente redundante e innecesaria para el desarrollo de Google. No así el capital privado que a modo de inversión fueron captando a partir de 1998 y que les permitió convertir una buena idea —el PageRank— en un negocio escalable y extremadamente útil para los usuarios de internet: inversores que van desde Andy Bechtolsheim y Ram Shriram, quienes comenzaron arriesgando los primeros 100.000 dólares en la empresa, hasta los fondos de capital riesgo Sequoia Capital y Kleiner Perkins Caufield & Byers que ya en 1999 se lanzaron a invertir 25 millones de dólares. Sin olvidar, claro está, la importantísima inyección de ahorro minorista que recibió la compañía con su salida a bolsa en 2004 a 85 dólares la acción (hoy supera los 800). Sin ellos —o sin otros inversores como ellos— Google no existiría en la actualidad.
Así pues, resulta absurdo, descabellado y manipulador sugerir que Google surge de la taimada política industrial de un iluminado planificador central. No, Google es el resultado de un proceso de competencia fuertemente descentralizado que empuja a cada unidad empresarial a mejorar continuamente: centenares de planes de negocio diversos que rivalizan por encontrar la mejor solución a problemas emergentes de los consumidores. Google es el resultado de la canalización de capital procedente de ahorradores (pequeños, medianos y grandes) con perfiles muy distintos de riesgos hacia un proyecto con niveles muy variados de incertidumbre en cada una de sus fases de desarrollo.
Competencia abierta, libre y descentralizada tanto a la hora de desarrollar proyectos empresariales como de capitalizarlos mediante las ingentes disponibilidades de ahorro de la sociedad: ese es el marco institucional en el que nace y que explica la esencia de la génesis de Google. Por mucho que le pese a Mariana Mazzucato, Google es un hijo del capitalismo, no del estatismo.
Juan Ramón Rallo
juanramonrallo.com