En términos económicos, la semana pasada estuvo determinada por dos nombres: China y petróleo. El colapso de la bolsa china y el desplome del precio internacional del crudo han emergido como los dos principales factores generadores de incertidumbre internacional. En principio, podría parecer que ambos fenómenos están desconectados, pero en nuestra economía global, las interrelaciones son mucho más intensas de lo que a primera vista podría parecer.
Primero, los países emergentes —y entre ellos China— llevan más de un lustro actuando como receptores de financiación barata desde los países occidentales, puesto que las oportunidades de inversión internas eran escasas debido a la crisis y, sobre todo, dado que los bancos centrales occidentales han estado inundando el mercado de liquidez desde el año 2009. Esa financiación abundante y asequible ha impulsado un crecimiento entre los emergentes incluso mayor que aquel que venía determinado por su propia inercia desarrollista.
Segundo, el alto ritmo de crecimiento de los países emergentes logró que la demanda mundial de petróleo continuara expandiéndose como si la crisis occidental no fuera con ella: pese a que el consumo de petróleo de Europa y Norteamérica se ha reducido casi un 20% desde 2007 (debido tanto a la crisis como, en especial, a la economización interna del uso de combustibles fósiles), la demanda mundial ha aumentado más de un 8% (desde 86,7 millones de barriles diarios a 94 millones de barriles diarios). Pues bien, casi la mitad de este crecimiento de la demanda mundial de petróleo durante los últimos años se ha debido a China.
Tercero, esta expansión de la demanda mundial de petróleo, alimentada por la sobreexpansión emergente bajo el impulso del crédito barato occidental, permitió que el precio del crudo se consolidara en unos niveles lo suficientemente altos como para rentabilizar en EEUU la producción de petróleo por fracturación hidráulica (o fracking). Este fenómeno ha permitido que EEUU haya prácticamente duplicado su producción doméstica de crudo (desde 5 millones de barriles al día en 2007 a unos 9,5 millones diarios en la actualidad), hasta el punto de casi convertirse en el primer productor mundial de petróleo.
Cuarto, la progresiva retirada de los estímulos monetarios por parte de la Reserva Federal estadounidense (acelerada con la reciente subida de los tipos de interés) ha cortocircuitado los flujos de financiación barata desde Occidente hacia los países emergentes, enfriando sus economías y, por tanto, moderando su demanda de petróleo. Al hacerlo, el precio del barril comenzó a caer con fuerza (desde más de 100 dólares por barril a unos 60), lo que indujo a algunos países productores —como Arabia Saudí— a huir hacia adelante incrementando su producción diaria con el doble de objetivo de mantener sus ingresos petroleros y de arruinar a sus competidores estadounidenses. Pero ese aumento de la oferta global de crudo sólo ha contribuido a hundir todavía más sus precios.
Y quinto, los datos económicos de China que conocimos la semana pasada apuntan a un estancamiento mayor del inicialmente previsto, lo que todavía lastrará más la demanda mundial de petróleo. Por eso, la bolsa china se ha desplomado esta última semana y por eso —y por los nuevos conflictos geopolíticos en Oriente Medio entre Irán y Arabia Saudí— el precio del petróleo también se ha desmoronado.
En principio, un crudo barato son buenas noticias para España, ya que contribuye a incrementar nuestra renta disponible. Pero si la zozobra china y el desmoronamiento de los países productores de petróleo degeneraran en una nueva crisis financiera global, nadie estaría a salvo de sus consecuencias recesivas.
La amenaza
El Ibex 35 marcó el viernes pasado el peor arranque del año de su historia: una caída del 6,65%. Las causas de este desplome, que dejaron al selectivo español en 8.909 puntos —el mismo nivel que a mediados de 2013—, proceden tanto del entorno internacional (la incertidumbre alrededor de China y los países productores de petróleo) como de la coyuntura interna (la incertidumbre política). A este último respecto, en apenas unos días se han sucedido los informes de diversas casas de análisis —como Goldman Sachs, Fitch o Funcas— que alertan sobre el riesgo de que la fragmentación política en España se traduzca en una completa paralización de todo impulso reformista y de cualquier ajuste presupuestario o, todavía peor, en políticas económicas reaccionarias que disparen el gasto público, los impuestos y las regulaciones internas. Pese al crecimiento económico del que hemos disfrutado en 2014 y 2015, nada nos garantiza que la recuperación continúe. De momento, la bolsa sólo recoge dudas y miedos: pero si optamos por pegarnos un tiro en el pie, las dudas y miedos se traducirán en hechos.
Populismo en EEUU
Desgraciadamente, parece que ningún país está a salvo del virus populista. Incluso en EEUU —el país donde el liberalismo exhibe un mayor sustrato social en todo el mundo— surgen de tanto en tanto sombras populistas capaces de aunar un considerable apoyo social. Ya sucedió en 1992 con Ross Perot, en el 2000 con Pat Buchanan y está volviendo a ocurrir ahora con Donald Trump. La última ocurrencia antieconómica del magnate estadounidense ha sido la de establecer un arancel del 45% a las importaciones chinas. Dejando de lado la ya de por sí debilitada coyuntura del gigante asiático, la propuesta de Trump constituye un disparate de primer orden que sólo empobrecería a sus consumidores y frenaría las ventas de EEUU al extranjero. El planeta no necesita más pauperizadoras aranceles, sino mucha más libertad económica; también en materia comercial. Trump apunta en la dirección opuesta y, por desgracia, de momento encabeza todas las encuestas sobre la futura nominación republicana.
Desde el exterior
En medio de una devastadora crisis económica, espoleada por años de desgobierno bolivariano y por el hundimiento del precio del crudo, el gobierno venezolano de Nicolás Maduro ha nombrado ministro de Economía a Luis Salas. Salas es un joven profesor universitario que forma parte del ala más radical e iletrada del chavismo y que, a buen seguro, no va a contribuir a mejorar la situación del país sino, más bien, a empeorarla muy notablemente. Así, el nuevo ministro de Economía atribuye la hiperinflación que sufre Venezuela no al descontrol monetario de su gobierno, sino a la “especulación, usura y acaparamiento” de la burguesía. En este mismo sentido, Salas acusa a la clase empresarial venezolana de constituir un “tumor económico” que medra merced a la explotación de los trabajadores. Difícilmente la negación de la realidad y la búsqueda de chivos expiatorios a los que acusar de los fatales errores propios ayudarán a la sufrida sociedad venezolana.
Autor: Juan Ramón Rallo
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