Según el presidente del Gobierno que más poder ha detentado en la historia democrática de España, nuestro país “lo tiene todo para convertirse no en el microcosmos sino en el gran cosmos de la ilusión emprendedora a poco que no nos desviemos”. Lo tiene todo para convertirse en un gran cosmos de la empresarialidad, pero hasta ahora no se ha convertido en él. Y en ello diríase que alguna responsabilidad ha de poseer ese omnipotente presidente del Gobierno. Al cabo, España sigue calificando con mediocridad en los principales rankings internacionales sobre competitividad y libertad: durante toda su plenipotenciara legislatura, Mariano Rajoy apenas ha logrado mejorar las bases de la competitividad de unos muy pocos indicadores—esencialmente vinculados al mercado laboral y al número de procedimientos para iniciar un negocio— al tiempo que ha empeorado la calificación que recibíamos en muchos otros.
No en vano, en las últimas semanas hemos conocido algunos de los más importantes índices de libertad y de competitividad económica y en todos ellos nuestro país aparece mal clasificado: en el índice de Competitividad Global del World Economic Forum, España ocupa el puesto 33 de 140 economías (por detrás de Tailandia, República Checa, China, Francia o Malasia); en el Índice de Libertad Económica de la Fundación Heritage, aparecemos en la posición 49 de 178 países (por detrás de Jamaica, Perú, Barbados o Botswana); y en el ranking del Doing Business del Banco Mundial, figuramos en lugar 33 de 189 (por detrás de Polonia, Macedonia o Emiratos Árabes Unidos).
Ciertamente, podríamos hallarnos muchísimo peor, pero con esas calificaciones es difícil aspirar a ser un “cosmos de ilusión emprendedora”, como sí lo son Singapur (2º en el ranking de Competitividad Global; 2º en el Índice de Libertad Económica; y 1º en la clasificación del Doing Business), Suiza (1º en el ranking de Competitividad Global; 5º en el Índice de Libertad Económica; 20º en la clasificación del Doing Business), Nueva Zelanda (16º en el ranking de Competitividad Global; 3º en el Índice de Libertad Económica; y 2º en la clasificación del Doing Business) o Hong Kong (7º en el ranking de Competitividad Global; 1º en el Índice de Libertad Económica; y 3º en la clasificación del Doing Business). Aunque algunos de estos países puedan no obtener una nota excepcional en alguno de los anteriores índices, parece claro que globalmente todos ellos se encuentran en la élite mundial de la libertad, simplicidad, transparencia y competitividad de la inversión empresarial. Sin ser economías que hayan abrazado plenamente el capitalismo de libre mercado, se encuentran mucho más cerca de él que el resto de sus pares.
España, por el contrario, no está en absoluto cerca de esta élite mundial, y seguiremos sin estarlo si continuamos por la línea conservadora, electoralista, torpe y estatista del Partido Popular (o del PSOE o de Podemos). Como decíamos al comienzo, en sus cuatro años al frente del Gobierno de España, Rajoy apenas ha aprobado reformas estructurales de calado que nos hayan colocado en la senda de convertir a nuestro país en ese tan deseable cosmos de la empresarialidad: en muchos aspectos, de hecho, ha empeorado notablemente nuestra posición.
Según el World Economic Forum 2015, España ha visto degradada con respecto a 2010 su puntuación en los principales marcadores institucionales que contribuyen a determinar la competitividad empresarial.
Es más, según los empresarios encuestados, los impuestos han pasado a convertirse en uno de los principales obstáculos para conseguir que sus compañías prosperen: mientras que en 2010, sólo el 8,3% de los empresarios los reputaban un serio problema (el cuarto más serio y a mucha distancia del primero), en 2014 el 17,3% los consideran tal (en segunda posición y casi empatado con la primera).
Por lo que respecta al Índice de Libertad Económica, nuestro país apenas ha mejorado durante la legislatura de Rajoy: la mayoría de indicadores retroceden y los que mejoran lo hacen muy pobremente como para poder afirmar que se está gestando una revolución institucional con respecto a la grisácea época zapateril. En materia de libertad económica, Rajoy ha sido un triste continuista del socialdemócrata e intervencionista régimen de Zapatero: no se atisba cosmos empresarial alguno.
Por último, el índice en el que más ha mejorado España durante los últimos años es el Doing Business, especialmente en lo que se refiere a la simplificación de los trámites para la apertura de un negocio. Sin embargo, incluso así sigue habiendo otros 73 países donde resulta más sencillo arrancar una compañía que en el nuestro. Asimismo, en otras rúbricas (como la de permisos para la construcción) hemos empeorado muy sustancialmente.
A la vista de la ubicación que ocupa España en los principales rankings internacionales de libertad y competitividad —así como la evolución experimentada en los mismos durante los últimos años de mandato popular—, pretender que nuestro país se haya convertido, o esté en la senda correcta para convertirse, en un gran cosmos empresarial sólo puede constituir un ramplón sarcasmo electoralista. Si de verdad aspiramos a que España se transforme en ese polo global de inversión empresarial, necesitamos liberalizar profundamente la economía, reducir con energía el tamaño del Estado y poner fin al intervencionismo institucional. El PP no nos ha ofrecido, ni pretende ofrecernos, nada de ello: al contrario, en muchos aspectos nos ha hecho retroceder en lugar de avanzar. Seguir ocultando esta realidad a la ciudadanía tan sólo supone una treta publicitaria para conservar la poltrona del poder sin afrontar con decisión ni una sola de las reformas que necesitamos. Lo que busca construir Rajoy no es un cosmos empresarial, sino una supernova de propaganda que oculte el agujero negro de su estatismo antiempresarial.
Autor: Juan Ramón Rallo
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