Si las calificaciones de las agencias de rating fueran infalibles, cualquier inversor debería ser capaz de poner precio a la deuda de cualquier emisor con los ojos cerrados solo con esta referencia de solvencia. En ese mismo escenario, un país o una empresa de la misma zona o sector y con condicionantes parecidos debería cotizar en el mercado de deuda a precios similares.
¿Qué dice el mercado a estos argumentos? Que la teoría es una cosa y la práctica, otra muy distinta. Francia es uno de los mejores ejemplos. Por ahora, sigue manteniendo la máxima calificación crediticia, la famosa AAA (léase triple a), de todas las agencias de calificación, pese a que Moody’s ha emprendido un camino que suele terminar en pérdida irrevocable de la matrícula de honor. Hoy por hoy, sin embargo, la mantiene, pero sus bonos cotizan en el mercado a precios mucho más caros que los de Finlandia o Holanda.
Si la teoría funcionara, estas naciones pertenecientes al mismo continente, a la misma moneda y que tienen el mismo rating que Francia deberían cotizar un riesgo parecido. No es así, su deuda soberana a diez años está en el 2,5%, mientras que la francesa supera el 3%. Y mejor no compararla con el escaso 2% de rentabilidad del bono alemán…
Y entonces se llega a España. Acaba de recibir un auténtico mazazo de Moody’s en forma de rebaja de dos escalones en su nota y, sin embargo, su prima de riesgo (el diferencial entre sus bonos a diez años y el activo con menos riesgo del continente, la deuda alemana) ha reaccionado con descensos. Se podría decir que Moody’s ha sido la última de las tres en rebajar la calificación, que los efectos estaban ya descontados. Y sería cierto si no fuera porque esta agencia ha ido más allá que sus compañeras de sector y ha puesto a España peor nota que sus colegas. O si los bonos españoles cotizaran realmente a la calificación que les han puesto y no como si ya fuera mucho peor.
«Nuestro objetivo principal es que los ratings sean transparentes y comparables, que los inversores entiendan de dónde sale la calificación para que ellos puedan hacer sus análisis y que sepan que la metodología es consistente», explica José Ramón Torá, analista senior de Standard & Poor’s.
Los detractores de las agencias de rating (que son legión tras los acontecimientos de los últimos años) tienen claro que las divergencias del mercado se deben a la desconfianza y falta de prestigio que asola al grupo capitaneado por Moody’s, Standard & Poor’s y Fitch. Pero hay otra explicación: los inversores institucionales cuentan cada vez más con departamentos propios de análisis de solvencia que llegan a sus propias conclusiones y en los que basan sus decisiones de compra.
Sin embargo, puesto que la realidad que aplican los mercados es distinta a la de las agencias y el castigo más evidente de una rebaja de rating (que se eleva el coste de financiación) se produce mucho antes de que la nota efectivamente se baje, ¿por qué se aferran los países a sus calificaciones? «Es un tema de prestigio», señala Rafael Romero, director de inversiones de Unicorp Patrimonio. Para muchos países mantener la AAA o una buena calificación es casi una cuestión de honor. «Pero también hay un grupo de dinero, de flujos de liquidez, que tienen por norma invertir solo en activos con un determinado nivel crediticio», añade.
Eso afecta sobre todo a la máxima solvencia, la AAA. Hay fondos que tienen limitada en sus estatutos la exposición al riesgo, y nada mejor para medirlo que el rating de las agencias. El ideal es que todo gestor tenga su propio departamento de análisis y que la calificación de las agencias sea solo un elemento base de la decisión, pero los hay que prefieren presentarse ante sus consejos de administración con la garantía (o excusa en caso de que vengan mal dadas) de que sus inversiones fueron todas de la máxima calidad.
Y de ahí la lucha para conservar la AAA. Pero, ¿qué pasa si ya se perdió? Esos flujos elitistas van a dar la espalda a la nación o empresa en cuestión, pero a partir de ahí la competición se torna menos exigente. «Pasar de una AA+ o AA a secas a tener una AA- (o Aa2 a A1 en la terminología de Moody’s), que son las rebajas que ha vivido España en los últimos días, no afecta tanto a las decisiones de inversión. Los que compran deuda de estos emisores lo hacen porque disponen de sus propios análisis y no están tan condicionados por el rating», argumenta una fuente del sector.
Eso sí, la situación cambia radicalmente cuando se llega al terreno de la BBB, porque si se pierde una de estas tres letras se entra en la categoría de no inversión, conocida popularmente como bono basura. Y ahí las restricciones son mucho mayores. Es más, es el territorio de la especulación.
La clave del debate está en quién tiene razón en esta divergencia, el mercado o las agencias. «O se están equivocando los inversores de bonos o se están equivocando la empresas de calificación. Y lo que suele pasar muy a menudo es que son estas últimas las que fallan, ya sea por las muchas presiones que tienen o porque el mercado va por delante», razona Romero.
Aunque en esta época de tormenta también entran en juego las fuerzas del pánico que asola los mercados. «Hay una falta de confianza en todo el mundo que está condicionando las cotizaciones», argumenta un defensor de esta tendencia. Por eso, la esperanza es que la brecha entre unos y otros sea una cuestión temporal y a largo plazo las notas de los examinadores vuelvan a contar con el acuerdo del mercado.