Hace tiempo leí una estadística que indica que sólo un 8% de los inversores intradía consiguen ganar de forma sistemática. Repito el dato: sólo un 8%. Esto quiere decir que el 92% no gana de forma sistemática. A veces gana y muchas veces pierde… pero siguen viviendo con el furor de sus pocas ganancias. Este porcentaje sería un buen motivo para pensarse seriamente si invertir intradía merece la pena. Una forma de orientarnos de forma rápida sobre la eficacia de nuestras operaciones sería echando un ojo a nuestros históricos de variación patrimonial. Si de forma sistemática tenemos minusvalías… es que no estamos invirtiendo bien.
El sistema de inversión intradía no es mejor ni peor que cualquier otro sistema. Lo que ocurre es que ese 92% de inversores emperrados en perder dinero, lo hacen porque se mueven por el instinto, por lo que el baivén de números canta a sus oídos como si fueran sirenas en un mar bravo. Pero está claro que no es imposible ganar de forma sistemática porque hay un 8% que sí lo consigue. Lo consigue porque invierten con una estrategia.
Invertir sin estrategias es como iniciar un negocio sin un buen plan de negocio. Parece increíble que para comprar un cartón de leche midamos tanto las diferencias entre las marcas y en cambio no nos importe perder dinero en bolsa simplemente porque no hemos medido esas diferencias. No nos molestamos en saber cómo funciona la bolsa, cómo invierten los traders entendidos, al menos ciertas nociones de análisis. Un inversor quiere saber cómo se compra y como se vende pero no se molesta en saber cómo funciona un indicador y por qué funciona.
Está claro que trabajar sin estrategia nos llevará a ese porcentaje de embaucados por los cantos de sirenas. Sería conveniente invertir esta inercia de una vez por todas.
¿Cómo creamos una estrategia sin saber cómo se crea una estrategia?
Lo primero que tenemos que hacer es decidir qué tipo de inversión se ajusta más a nuestro tiempo y nuestro dinero. Nuestro tiempo debe ser definido no sólo por el tiempo en el que deseamos mantener nuestra inversión sino también el tiempo que estamos dispuestos a vigilar nuestra inversión.
Hay inversores de fondo como Warren Buffet que se plantea el largo plazo como un activo sólido y hay inversores que buscan las rentabilidades de la oportunidad. Ninguna visión es peor que otra pero puede ser adaptable o no a nuestras finanzas o a nuestros objetivo.
A grandes rasgos, un inversor a largo plazo podría ser aquel que empieza a realizar pequeñas inversiones porque dispone de muy poco margen entre sus gastos e ingresos personales para poder invertir. Sacarle margen a pequeñas inversiones es un esfuerzo titánico que requerirá paciencia y tiempo. Quizá el tipo de activos preferidos para este tipo de inversiones no puede ser ni el de chicharros que anuncian la quiebra cada seis meses ni tampoco será recomendable que lo inviertan todo en blue chips con gráficos más horizontales. Deberá además realizar una combinación con éstos últimos y otros activos más dinámicos con unas proporciones adaptadas al tiempo que está dispuesto a esperar. Seguramente será más interesante para estos inversores apostar por fondos antes que acciones para ajustar al máximo los gastos de operativa.
Por el contrario, un inversor que tiene un patrimonio interesante deberá decidir qué porcentaje va a reservar para jugar con el corto… bueno, con los dos cortos (el corto plazo y apostar a corto).
Por otro lado, el nivel de riesgo no debería ser decidido por nuestro gusto o no por el riesgo. Sin riesgo no hay oportunidad pero sin control del riesgo tampoco hay oportunidades. Éste debe ser decidido buscando una finalidad.
Por todo lo dicho, está claro que lo primero que hay que hacer es fijar un objetivo. Una vez fijado un objetivo, ya podemos visualizar claramente qué obstáculos podemos encontrarnos en la búsqueda del mismo y eso nos ayuda a definir una estrategia.
Voy a fijar un objetivo para mí misma: «quiero ganar dos millones de euros en un años». ¿Podría ser factible este objetivo? …Complicado ¿Verdad? Una forma útil de fijar un objetivo podría ser la de analizar las operaciones que hemos realizado, por ejemplo, en el último año y concluir un objetivo en base a nuestros fracasos. Éstos nos pueden ayudar no sólo a fijar objetivos sino también a detectar hábitos incorrectos de inversión.
¡Y ya tendríamos un punto de partida!
Habiendo fijado un objetivo y detectado hábitos incorrectos de inversión, podríamos empezar con una estrategia muy sencilla que no requiere grandes conocimientos y que se resumen en la siguiente frase: «si lo que hemos hecho hasta ahora no ha funcionado, entonces vamos a cambiar la forma de actuar»
Nuestra estrategia es hacer algo que hasta ahora no habíamos hecho ni habíamos probado. Pero eso no es suficiente porque podría no funcionar. Realmente estamos en un punto de partida para empezar a trabajar. Si respetamos nuestro dinero y el tiempo que invertimos de nuestra vida en conseguirlo, entonces estamos en la obligación de aprender todo lo que se pueda sobre la gestión de inversiones, sobre indicadores y sobre cómo los analistas realizan previsiones. Deberíamos tener nuestro propio punto de vista sobre lo que hay que hacer y pulir nuestro proceder con nuevos conocimientos y de forma progresiva. Así se crea una estrategia cuando no se sabe cómo se crean: desconfiando siempre de lo que sabemos hasta ahora.