El FUNDAMENTALISTA
El fundamentalista recopila cuidadosamente estadísticas económicas, interpreta y evalúa hipotética situaciones políticas y calcula el valor real de los objetos de inversión.
Si es listo, no se conforma con la información resultante. Antes al contrario profundiza más para encontrar la información estimulante.
Comprueba los detalles importantes, está al acecho, observa y espía.
El fundamentalista puede tener un éxito extremo si comprende las limitaciones de sus métodos.
El fundamentalista afortunado se centra en los títulos valores más pequeños y en los mercados que no gozan de mucha liquidez. Frecuentemente opera en acciones y en la mayoría de los casos invierte en un número relativamente pequeño de valores a la vez, en ocasiones tan fuertemente que manipula el mercado en lugar de seguirlo, tiene que concentrar sus recursos porque su búsqueda de información le consume mucho tiempo.
Pero en la práctica la mayoría de los fundamentalistas son un fracaso en los grandes mercados con buena liquidez. Después de tratar de predecir los movimientos de los precios durante unos cuantos años, empiezan a centrarse en racionalizaciones a balón pasado.
EL ALQUIMISTA
Al igual que los alquimistas del año de la tana tratan de hacer oro de sus frascos y probetas, los alquimistas de hoy en día están constantemente tras la pista de la fórmula secreta que les permita dominar el mercado bursátil, para lo que utilizan como herramientas las estadísticas y los ordenadores.
El problema del alquimista es que siempre piensa que lo ha conseguido. No tiene más que estudiar sus datos históricos durante mucho tiempo para dar con la solución mágica[.]
En secreto empieza a hacer operaciones conforme a su método, pero, mira por donde, en esos mismo días empieza a dejar de funcionar. «Debe haber un error» piensa y llega a la conclusión, después de una investigación más profunda, que el indicador ha de combinarse con otro para que pueda funcionar bien. Una vez más todo sale mal y, a medida que pasa el tiempo, tiene que añadir más excepciones y extras cada vez, hasta que su sencilla fórmula original es tan larga que sólo un gran ordenador central puede procesarla. Y aún así, no funciona.
El alquimista es la figura más patética del mercado, porque aunque como Elmer tratando de cazar a Bugs Bunny intenta en vano que un milagro vaya siempre detrás de otro, nunca acaba de reconocer que el mercado no se ciñe a las matemáticas lineales y que no existen unas pocas y sencillas reglas para el mercado.
EL PASEANTE ALEATORIO
El paseante aleatorio ha asistido normalmente a un instituto de enseñanza superior. Tiene unos conocimientos impresionantes, pero una idea no deja de zaherirle:
Si es tan listo ¿cómo diablos no se ha hecho rico?
Su respuesta es que todo el conocimiento (gracias a los fundamentalistas) se actualiza en los precios y que todas las fluctuaciones en torno al valor real son aleatorias e imprevisibles.
No cree que los ciclos, la liquidez, la amplitud y la psicología se puedan utilizar para hacer previsiones de mercado.
Su razonamiento es que mediante una sencilla prueba matemática se puede demostrar que los mercados se ciñen a los criterios de las fluctuaciones aleatorias. No presta atención al hecho de que esto es una característica del caos determinístico, en el que no son posibles las previsiones a corto plazo.
Si el paseante aleatorio entra en contacto con especuladores del mercado bursátil que de manera sostenida a lo largo de un buen número de años han conseguido unos beneficios exorbitantes, rechaza el caso tildándolo de pura coincidencia estadística.
El paseante aleatorio no se centra en comprar o vender en el momento oportuno, sino en repartir su riesgo sobre la base de un modelo matemático. Si todo el mundo siguiera este principio, el mercado se quedaría reducido a un casino. Lo cual, por razones harto evidentes, no es el caso.
EL PURITANO
Exactamente igual que el fundamentalista espabilado utiliza las orejas, el puritano utiliza los ojos: estudia los gráficos.
El puritano cree que el absolutamente único instrumento útil para estudios de inversión son los gráficos de cotizaciones. Armado con ellos cree que puede ver no sólo lo que sucederá el mes que viene, sino también lo que sucederá el año que viene.
El axioma de que el mercado va por delante se ha convertido en una religión para el puritano: los mercados tienen razón. Siempre.
Si el puritano sabe lo que hace, puede ganar un montón de dinero y demás con muy poco esfuerzo, ya que el estudio de los gráficos no consume mucho tiempo.
Solamente tiene un problema: de vez en cuando los mercados dejan de actuar como barómetros y entonces se equivoca. ¡Y cómo se equivoca!
EL MIRAPANTALLAS
El clásico operador de mercado es el mirapantallas o, como sus colegas suelen llamarle el «gusano de indicador» o el «sabueso de ordenador».
Este último animal es el prototipo del neurótico mediador bursátil de los dibujos animados. Crónicamente hipertenso, con los ojos rojos como tomates maduros, sigue la tendencia de las cotizaciones minuto a minuto.
Durante horas, el mirapantallas clava sus ojos en la de su ordenador como una liebre deslumbrada por los faros de un coche. Mientras tanto, tiene un gráfico mental almacenado en su cerebro, recordando los antiguos intervalos de las cotizaciones que usa como puntos de referencia en sus transacciones.
También tiene un ojo puesto en el volumen de operaciones y en quién vende y cuando lo hace.
El mirapantallas no se considera a sí mismo un chartista, pero su método es básicamente el mismo, aunque sustituye los gráficos por su memoria. Teniendo presente el aspecto de un gráfico, se puede describir a un mirapantallas como una persona que supervisa minuciosamente la formación de cada punto en el gráfico durante las seis a diez horas que esto consume, pero que concede menos importancia a la imagen general.
El mirapantallas habilidoso va por delante en el mercado. Pero no durante mucho tiempo: después de cinco años tiene tantas cotizaciones en la cabeza que empiezan a salirle por las orejas. Está más quemado y más frito que el palo de un churrero y tiene que parar.
EL NEGOCIANTE
El negociante fue un mal alumno de matemáticas en el colegio, pero siempre se le ocurrían muchas y buenas ideas.
El negociante no cree en absolutos y no es ni un alquimista ni un paseante aleatorio.
Su método es una combinación de espionaje económico fundamental y de interpretación de gráficos.
Si el negociante se conoce a sí mismo y sabe lo que son sus métodos puede encontrarse entre los más gananciosos del mercado.
Pero si es incapaz de combinar la diferente información que llega a sus manos, inadvertidamente puede convertirse en víctima de su propia psicología y acabar en la ruina.