Tan sólo tiene que comprar a crédito aquel que disponga de otros y mayores generadores de rentas que el importe que adeuda. Me siento inclinado a decir que no comprar acción alguna a crédito aquel que no sea un atrevido partidario de la suerte. Claro que también entra en la determinación la proporción y la calidad del papel: cuando se adquieren valores por un total de 100.000 marcos a un fuerte interés y se queda deudor de 20.000 marcos, no es una catástrofe. O cuando en papel por un valor de 300.000 marcos se queda deudor de 200.000, pero al mismo tiempo se cuenta con un millón en inmobiliarias, no es ningún pecado. Pero cada caso tiene que examinarse individualmente.
Para demostrar lo peligroso, perjudicial e incluso dramático que puede ser comprar a crédito y cuánta fuerza da, por el contrario, a los especuladores no tener deudas, quisiera citar dos destacados casos entre mis muchas experiencias. A mediados de los años cincuenta había en la bolsa de Nueva York un favorable desarrollo bursátil y las nuevas y revolucionarias industrias como las empresas de electrónica parecían algo fantástico y futurista. Compré así con mis últimos dólares acciones de electrónica y similares y cuando lo hube invertido todo seguí comprando a crédito. Utilicé entonces al máximo mis posibilidades de crédito.
El presidente estadounidense se llamaba Dwight D. Eisenhower, que era héroe de guerra, pero aparte de ello, ningún genio. Su imagen era inmaculada a los ojos del pueblo norteamericano (a pesar de que se rumoreaba mucho que había tenido una relación amorosa con Marlene Dietrich). La confianza del pueblo norteamericano en su presidente es uno de los elementos más importantes para que reine una atmósfera favorable en Wall Street. Nos encontrábamos a un año de las elecciones presidenciales y se calculaba con un ciento por ciento de probabilidades que volvería a elegirse al general Eisenhower. Todo Wall Street tenía sus esperanzas puestas en ello. ¿Por qué su triunfal reelección no repercutiría en la bolsa? Todos eran de aquella opinión y yo también.
Nos encontrábamos a un año de las elecciones presidenciales y se calculaba con un ciento por ciento de probabilidades que volvería a elegirse al general Eisenhower. Todo Wall Street tenía sus esperanzas puestas en ello. ¿Por qué su triunfal reelección no repercutiría en la bolsa? Todos eran de aquella opinión y yo también. Sucedió entonces lo peligrosamente inesperado: en 1955 el presidente Eisenhower sufrió un ataque al corazón. En los días siguientes cayeron espectacularmente todas las acciones en torno de un diez a un veinte por ciento. Tuve que pagar rápidamente una buena parte de las acciones compradas a crédito. Fue doloroso, pero algo necesario antes de que los agentes hubieran exigido mayores garantías. Se produjo el crac porque las gentes habían abandonado la idea de que Eisenhower pudiera presentarse a reelección. Era un gran problema como podrían desarrollarse las elecciones sin Eisenhower y los problemas son siempre en bolsa un elemento perturbador. Ni los más temerosos jugadores tenían nervios suficientes para mirar fijamente cara a cara los problemas que plantea un acontecimiento inesperado, aunque hubiera sido un acontecimiento favorable. Dejando esto a un lado, la mayoría no podía juzgar lo que es bueno o malo para la bolsa. En semejante caso, todos los «temerosos», pero también cuantos tenían deudas sobre sus depósitos, querían vender lo antes posible y los últimos se vieron obligados a ello. El crac de las primeras horas podía desencadenar una reacción en cadena hacia abajo. Algunos días después mejoró el estado de salud de Eisenhower. Volvió a surgir la esperanza de que pudiera ser candidato a la reelección, la bolsa se serenó y también las cotizaciones comenzaron a subir y subieron mucho más de lo que habían estado antes del desgraciado acontecimiento. En los años siguientes alcanzaron las cotizaciones espectaculares beneficios, incluso un décuplo en ocasiones, pero era demasiado tarde para lamentarme. Asé es que vinieron a mi memoria, como siempre en tales casos -tras haber tenido que vender y las cotizaciones ascendían después- las poéticas líneas de Heinrich Heine en tal sentido «… es una vieja historia y sigue siendo nuevo, justamente cuando pasó me rompió en dos el corazón.»
Fue en febrero de 1962. Otra vez me había llenado de papel los bolsillos, en aquella ocasión con acciones francesas en la bolsa de París. Pero entonces todo estaba pagado y no debía un duro. Era durante la guerra francesa en Argelia. El general De Gaulle, presidente entonces de Francia, quería evacuar Argelia, pero tenía que mantenerse en una política de bordadas, ya que la opinión pública estaba muy dividida en el caso. Entonces ocurrió lo inesperado (lo llamo la I mayúscula
por imponderable): el levantamiento de cuatro generales franceses en Argel contra el gobierno, es decir, contra el general De Gaulle. Para el público francés fue un acontecimiento estremecedor, quizá el acontecimiento más importante ocurrido en Francia desde el final de la guerra. […] Aquella noche reinó en París un clima de pánico. Al día siguiente no acudí a la bolsa, pues quería dominar mis nervios y no ver como mi papel podía caer en las profundidades. En vez de ir a la bolsa fui a mi restaurante preferido Chez Louis […] y me dediqué a estudiar la carta sin pensar siquiera en la bolsa.
Casualmente llegó un colega bolsista al local y me informó con espanto del crac – un auténtico baño de sangre – ocurrido en la bolsa, exactamente igual que los que se describen en algunas novelas sobre el tema bursátil.
· ¿Queeé? – fue mi respuesta y me dediqué a degustar con toda calma mi comida.
Estaba convencido de que De Gaulle saldría vencedor de aquella pugna de poder.
De esta manera, lo ocurrido en la bolsa no dejaba de ser un hecho cotidiano que con el tiempo pasaría a ser un simple recuerdo. De haber acudido a la bolsa, habría vendido con toda seguridad. Me había permitido el lujo de no ir aquel día porque no tenia deuda alguna. Había pasado en un restaurante aquellas malas horas bursátiles. Una hora antes de que se cerrara la bolsa me enteré de que se había enderezado y que las cotizaciones se habían recuperado por lo menos en la mitad de la caída (1)
()Obsérvese la similitud con lo sucedido en octubre de 1997 (Nota de EG).
Por la noche, el general De Gaulle efectuó una de sus famosas alocuciones televisivas. Hizo un llamamiento a su querida Francia y en aquel momento todo el pueblo francés estuvo tras él. […] El crac se reveló como flor de un día y gracias a mi posición segura y poseer un depósito de valores sin deudas, había podido permanecer inmune al aspecto de pánico. De haber tenido deudas, mi entera lógica se habría pervertido puesto que mi mente habría reaccionado de otra manera. En vez de haberme dedicado a meditar con toda tranquilidad cuáles podían ser las reacciones de De Gaulle y de todo el pueblo francés, me habría dejado arrastrar, pese a mis principios, por el pánico y los daños hubieran sido mucho mayores.
De ahí mi postulado: prefiero poseer una pequeña cantidad de acciones pagadas de una sociedad altamente endeudada que una gran cantidad en papel de primera clase de una prestigiosa empresa… pero compradas mediante endeudamiento. Con una pequeña cantidad en acciones enteramente pagadas se puede esperar el alza durante largo tiempo, mientras que con grandes cantidades de papel pagado a crédito se está obligado a vender apenas se consiguen pequeños beneficios.
Uno de mis colegas y yo compramos, llevados de la misma idea, idénticas acciones, que en mi caso estaban pagadas al cien por cien y él a crédito al mil por ciento. Yo pude sentarme tranquilamente por espacio de dos años sobre el papel y me fue posible obtener el doscientos por ciento de beneficio. Mi colega se sintió satisfecho con una pequeña ganancia, puesto que por razón de sus deudas tenía que mostrarse muy prudente.