Con frecuencia se echa de menos una formación económica en los historiadores. Pero raramente se les exige formación financiera. No es el momento de discutir la importancia del factor económico en la Historia. El dinero es la sangre de la economía, y a veces un traslado al sistema de coordenadas específico de la historia financiera nos permite apreciar ciertos hechos desde una perspectiva sorprendente.
Como primer ejemplo tenemos las Guerras de la Convención en la última década del siglo XVIII. En esa época los créditos internacionales no se concedían como ayudas al desarrollo, sino para hacer la guerra. La fuente principal de empréstitos de Austria, enfrentada con la Francia revolucionaria, era Amsterdam, cuyo mercado de capitales cerró al ser Holanda invadida por los franceses en 1793. La Corte de Viena pidió un préstamo a Londres, y al no serle concedido se vio obligada a abandonar las hostilidades. No fue el agotamiento, ni la pérdida de vidas, ni el ardor incontenible de los revolucionarios galos lo que apartó a Austria de aquella primera contienda europea, sino que dejó las armas porque sus líneas de crédito tradicionales habían sido canceladas.
¿Por qué la historia no se explica más en términos financieros y menos a través de modelos teóricos? Los temas financieros son complejos. Rara vez se ofrece al historiador la oportunidad de adquirir una formación financiera. Incluso más de un economista falla aquí.
Los keynesianos explican como un trágico error la política de Heinrich Brüning, el Canciller del Reich Alemán que con su brutal política deflacionaria empujó al país hacia lo más profundo de la recesión mundial, el desempleo masivo y, finalmente, el nazismo. Se asume que Brüning estaba equivocado, como casi todos los economistas neoclásicos anteriores a la generación de Keynes que creían en el dogma del equilibrio presupuestario. En vez de estrangular inútilmente la economía debería haber inyectado liquidez en la misma, aumentando el gasto público y aplicando las recetas que hoy conoce cualquier licenciado en Empresariales.
Pero el error de Brüning fue inevitable. Aunque hubiera querido servirse del déficit presupuestario no lo habría podido hacer, ya que el pueblo alemán vivía aun bajo el trauma de la inflación de 1923. Aparte de eso hubo otro problema. Uno de los documentos más esclarecedores (y menos conocidos) de la historia alemana es el borrador del decreto por el cual el Presidente del Reich, Paul Von Hindenburg, disolvió el Reichstag en vísperas del ascenso de Hitler al poder: según el texto, el Reichspräsident disuelve la Cámara ante la imposibilidad de alcanzar un acuerdo en la cuestión presupuestaria. La mención al Presupuesto General del Reich aparece tachada allí, y se suprimió al pasar a limpio el decreto.
A la posteridad se le explicó que el crepúsculo de la República de Weimar fue consecuencia de las imposiciones de Versalles, la depresión de los años 30 y la incapacidad de los partidos para formar coaliciones estables. Nunca se reconoció la naturaleza endógena de los fallos del sistema. Jamás se habló de sus números rojos crónicos, ni de los escandalosos aumentos de sueldo de sus funcionarios. Una alusión involuntaria al problema presupuestario, rectificada con rapidez, nos pone sobre la pista.
Avancemos dos décadas. Estamos en la Alemania de la Postguerra. Hitler ha muerto, y Heinrich Brüning vive en los EEUU, donde da conferencias y enseña Economía. Las potencias occidentales fundan la OTAN. Como repuesta la URSS y sus satélites se agrupan para componer el Pacto de Varsovia. Aparentemente, con su precipitado gesto de agresión americanos y británicos alimentaron varias décadas de revisionismo histórico; todavía en nuestro tiempo se suele
presentar a la Unión Soviética como una potencia acosada por el imperialismo, justíficándose su política exterior como un reflejo ante la intransigencia de los EEUU y sus aliados.
Difícilmente se podría haber evitado esta situación en 1949. Los tratados (cuando no hablan de prestaciones concretas, como el de Methuen firmado en 1703 entre Portugal y la Gran Bretaña) no suelen tener más que un valor simbólico; son gestos para la galería, pero no la causa de procesos históricos. Las relaciones
entre las potencias aliadas se habían deteriorado un año antes, debido a la Reforma Monetaria alemana. Las potencias occidentales querían una divisa estable en su zona de ocupación, que permitiera recapitalizar los bancos ya existentes. Por su parte la Unión Soviética había comenzado a organizar su propio sistema bancario, para extraer recursos en concepto de reparaciones mediante el gasto inflacionario. La diferencia entre ambas políticas era irreconciliable. El 21 de junio de 1948 los norteamericanos introdujeron por sorpresa el marco alemán en Berlín, y tres días más tarde los rusos cortaron todas las carreteras y vías de ferrocarril a la zona occidental, comenzando así el bloqueo de Berlín y el Puente Aéreo. Ese fue el verdadero comienzo, el punto de no retorno dentro de la Guerra Fría.
No siempre las finanzas tienen la última palabra. A veces la política y la guerra las obligan a desfilar por su propia senda. El Bundesbank alemán, al que podemos considerar como predecesor del BCE, estableció su sede en Frankfurt al fundarse en 1957. Antes de la Segunda Guerra Mundial los bancos se establecían próximos a los mercados de valores. Pero después, con el auge de las multinacionales, la banca tendió a orbitar en torno a las sedes de las grandes empresas. Frankfurt del Main era la capital administrativa de la zona ocupada por las potencias occidentales, y fue también allí donde las multinacionales norteamericanas establecieron sus delegaciones después de la guerra. Esto hizo que el sistema bancario alemán se concentrara en torno a Frankfurt, haciendo de esta ciudad uno de los principales centros financieros del mundo.
Los americanos han influido de modo fundamental en la creación de la nueva Alemania: el federalismo, la economía de mercado social, el DM, el Bundesbank. ¿Y no está hoy Alan Greenspan detrás de las decisiones de los inversores europeos? En nuestro tiempo la influencia de las finanzas parece no tener límites. Ya hemos visto que detrás de las viejas historias de revolucionarios, nazis y otras plagas por el estilo siempre hay alguna secta de adoradores del Becerro con su tráfago incesante de bonos y títulos, y a veces algún demonio haciendo girar la prensa de los billetes.
En nuestros días este influjo parece haber alcanzado su mayor fuerza. Vaya, si hasta los repartidores de Telepizza saben lo que es el Mercado Contínuo. Si no me creen salgan a la calle, paren a uno de ellos y pregúntenselo. La tecnología y el fanatismo religioso mueven montañas; pero sin una línea de crédito para alquilar la excavadora no será mucho lo que se consiga mover.
Hace un cuarto de siglo John Kenneth Galbraith, el gran teórico del Nuevo Estado Industrial, se mofaba de Milton Friedman y los monetaristas. Sostenía que sus remedios eran inútiles y potencialmente dañinos, y que los gobiernos jamás los tomarían en serio. Galbraith, educado en la tradición keynesiana, erró por completo en su pronóstico. En el umbral del nuevo milenio la economía de los países industrializados se mueve a base de monetarismo duro; hasta las economías periféricas renuncian a su soberanía monetaria para ligar su divisa al dólar en América del Sur o Asia, o bien al marco alemán (y por consiguiente al
Euro) en el Este de Europa. Atrás quedaron aquella historia de la demanda agregada, los multiplicadores y la cuadratura del círculo, y con ella todo el bagaje de herramientas de gestión que hicieron posible el Estado del Bienestar. Ya nadie se hace ilusiones acerca de cómo compatibilizar el crecimiento económico, el
empleo, la estabilidad monetaria y el equilibrio en la balanza de pagos. Los keynesianos europeos forman ya parte de la historia, lo mismo que los economistas neoclásicos anteriores a 1929. Por todas partes se desregula con entusiasmo, y para disgusto de la Izquierda los catedráticos de economía aclaman a Milton Friedman como el teórico más influyente del siglo.
¿Estaba Keynes en lo cierto? ¿Triunfan las ideas al ir muriéndose poco a poco la generación anterior? Galbraith aun vive; también Oskar Lafontaine y muchos otros keynesianos europeos. ¿Cómo es que a pesar de todo triunfa el neoliberalismo económico? Desde los años 80 todos los gobiernos quieren mejorar la competitividad, quitar obstáculos al comercio exterior, desregular la economía y mantener la liquidez bajo control. Probablemente tiene algo que ver con todo esto el que Paul Volcker, Presidente de la Reserva Federal en 1979, abandonase de pronto una conferencia en Belgrado para volver a Washington y desde allí iniciar una cruzada implacable contra la inflación.
Patxi Lázaro Domínguez