El lavado de dividendos propiamente dicho es una operación rentable sólo para inversores institucionales (empresas, fondos de inversión, fondos de pensiones) e inversores no residentes. El dividendo está sometido a una retención del 25%. Cierto es que, con algunas excepciones, los inversores institucionales y no residentes tienen derecho a regularizar la retención por devolución o por compensación con su liquidación de Impuesto de Sociedades. Pero entre la retención y su regularización pasa un tiempo cuyo efecto financiero equivale al de un «préstamo» sin intereses a Hacienda. Para evitarlo, el truco consiste en vender los valores la víspera del cobro y recomprarlos una vez se haya descontado el dividendo, sustituyendo el cobro del dividendo por una plusvalía equivalente que no tiene retención. Esto es lo que se conoce como «lavar» el dividendo.
El inversor particular con plusvalías a corto tiene la oportunidad de actuar de «lavadora» comprando acciones la víspera y vendiendolas una descontado el dividendo que cobrará en paralelo. Su razonamiento es que no le importa «prestar» dinero a Hacienda pues el excelente tratamiento fiscal de los dividendos compensa con creces el efecto financiero negativo de la retención.
Se trata en todo caso de una operación con cierto riesgo pues la cotización no sólo recogerá el descuento del dividendo sino también otras variaciones. Aquí se confía en que haciendo varias operaciones las plusvalías de unas compensen las minusvalías de otras. Y, por supuesto, en hacer la operación en el menor plazo de tiempo posible entre la compra y la venta.
Para evitar algo que se había convertido en una práctica corriente de «inversores listos» (lo que avala su bondad más allá de los riesgos apuntados), se ha planteado una modificación normativa consistente en exigir un plazo de tenencia mínimo de dos meses tanto previos como posteriores al cobro de los dividendos para poder aplicar la deducción por doble imposición.
De esta forma la operación pierde casi todo su «encanto». Sin embargo, la idea de conmutar plusvalías por dividendos no debe olvidarse, pues en algunas circunstancias concretas puede ser interesante para el inversor a largo plazo.
Con esto finaliza esta serie que confío resulte útil como compensación a su aridez. Para compensar el aburrimiento de esta serie la próxima será una de las más «literarias» y divertidas (en clave de humor negro) que se pueden escribir sobre la Bolsa: la historia de los grandes «crash» bursátiles.
ENRIQUE GALLEGO